Las calles adoquinadas de Jerusalén, normalmente repletas de peregrinos, ahora parecen vacías. La guerra entre Israel y Hamás ha dejado cientos de muertos y una devastación que contradice la historia y la espiritualidad de esta ciudad.
Esta realidad la vive de primera mano Jeaninna Grunhaus, una costarricense que emigró a Israel en 1989 y ha trabajado como guía turística en Jerusalén durante más de dos décadas.
«Llegué a Israel y pronto me enamoré del país, me siento como en casa. En 1997 comencé a estudiar turismo, luego me gradué en historia en la Universidad de Jerusalén. Aquí tengo mi casa, mis hijos, mi trabajo», dijo el costarricense.
El número de visitantes extranjeros se ha reducido al mínimo. Muchos lugares mantienen sus puertas cerradas y los sitios religiosos que atraen a miles de turistas diariamente en tiempos de paz se visitan ahora con mayor precaución.
«Pasamos por momentos difíciles como guías. Tuve que ser maestra porque no tenía trabajo. La gente tiene miedo cuando les dicen que hay guerra, y con razón. Esperemos que todo cambie, han sido dos años muy difíciles», agregó.
El conflicto sigue teniendo consecuencias en ambas partes. En Gaza y Cisjordania, la crisis humanitaria y la devastación son incalculables.
Mientras las negociaciones de paz continúan sin avances concretos, la vida en Israel y Palestina sigue caracterizándose por la incertidumbre. La fe que atrae a millones de visitantes a este sitio sigue siendo el único punto de encuentro.