En Islandia, donde el agua fluye como si la Tierra aún naciera, una mujer se enfrentó al poder y venció. Se llamaba Sigríður Tómasdóttir y su historia es de esas que parecen leyenda, pero no lo es: salvó al Cascada de Gullfosshoy el emblema del país.
A principios del siglo XX, una empresa extranjera quiso construir una central hidroeléctrica sobre las cataratas. Fue la época en la que la modernidad llegó disfrazada de progreso. Pero Sigríður, la hija de un granjero, se puso de pie. Caminó descalza durante kilómetros hasta Reykjavik, habló con las autoridades y advirtió que si destruían la cascada, ella misma se tiraría al agua. Su gesto detuvo el proyecto y encendió una chispa: el país entendió que su mayor riqueza no estaba en lo que podía explotar, sino en lo que debía preservar.
Gullfoss permaneció intacto. Hoy su rugido no recuerda la amenaza, sino el coraje de quien la defendió. La figura de Sigríður se eleva, simbólica y silenciosa, al borde del abismo: el primer activista medioambiental de Islandia.
No muy lejos de allí, el Parque Nacional de Þingvellir ostenta otro tipo de poder. En estas praderas nació en el año 930 el Alþingi, el primer parlamento del mundo que funcionó de forma continua. Aquí, entre las grietas abiertas por las placas tectónicas americana y euroasiática, chocan la historia y la geología: un país que literalmente se parte en dos, pero encuentra la manera de permanecer juntos.
En estos lugares -una cascada que resistió y una tierra que se abre- se comprende mejor el espíritu islandés: la fuerza que nace de lo frágil y la belleza que sólo existe cuando alguien decide protegerlo.
Podéis revisar el reportaje completo en el vídeo de portada.
Este viaje forma parte de una serie especial realizada junto con MD Tours para mostrar los paisajes y experiencias que aguardan en Islandia. Muy pronto, durante el Festival de la Luz, una persona podrá vivir esta misma aventura: se le regalará un billete para descubrir el país del fuego y el hielo.
